La belleza del ser

Lisa es sin duda una de las personas más hermosas que he conocido. Alrededor de una hora de conversación le bastó para mostrarme que sí se puede mantener en todo momento una energía positiva frente a otro ser humano, independientemente de las penumbras y desgracias que uno haya vivido. Y su rostro y mirada desvelan que esta mujer ha pasado trabajo en la vida.

Lisa nació en París, pero creció por nueve años en la ciudad de México. Desde pequeña siempre supo que quería viajar y vivir la vida de vagamundo, o en su caso de vagamunda. Esta convicción le hizo trabajar en muchísimos países del continente latinoamericano, desde las playas de Oaxaca hasta el Río de la Plata, pasando por Colombia, Brasil, Perú, Ecuador, y otros rincones sureños. En Venezuela vivió en Chichiriviche, y por supuesto no dejaba de asombrarse con la belleza caribeña de sus costas. Estuvo varios años con un novio argentino, de Buenos Aires el pibe, y luego de su ruptura fue cuando se dió cuenta que detestaba a los porteños. Tuvo que venir un pelotudo a darle mala fama a esta pobre gente.

Lisa no se lleva bien con sus padres, largos años sin tener contacto con ellos. Solamente con su hermanita de 21 años mantiene un lazo fraternal, de esos lazos tan fuertes que ni infinidad de kilómetros de océanos logran quebrantar. Recientemente se mudó a Colchany, donde trata de ganarse la vida vendiendo hermosa orfebrería a los turistas que diariamente hacen una pequeña parada en este pueblo boliviano, justo después de experimentar el éxtasis visual que genera el Salar de Uyuni.

Todos los días llevo conmigo el recuerdo de esta maravillosa persona, en la forma de una pulsera que me regaló a nuestra despedida. Como casi ninguna otra persona, Lisa logró transferrirme ese deseo insaciable de seguir labrando el camino interminable que algunos llaman vida, otros lo llamamos existencia.